miércoles, 1 de febrero de 2017

LOS ANIMALES TIENEN ALMA


      Esta afirmación que hago debe de tener algún respaldo de peso que la avale, pues de lo contrario no dejaría de ser un brindis al sol, una frase más o menos bonita y arriesgada. Uno no es vidente, ni médium, ni ha tenido ninguna clase de revelación particular, ni posee algún poder o facultad especial para poder decir respaldándose en ello que esto que decimos es así. Entonces, ¿con qué apoyo cuanta uno para decir esto? Todo resulta más sencillo y lógico de lo que parece ser o nos podemos imaginar. Es cuestión de soltar un poco los viejos prejuicios, las consabidas posiciones racionalistas, y permitirnos hacer un poco de silencio en nuestro corazón para que sea él y no nuestra cabeza la que hable, se trata de permitirnos mirar limpiamente y, sobre todo, sentir y, a continuación, expresar. Esto es todo. Claro que, si partimos de que nuestro sentir no vale para nada, que nuestro corazón sólo recurre a fantasías, que sólo los razonamientos mentales nos ofrecen certezas, y que más allá de los órganos corporales y la materia nada existe, pues ni  el encabezamiento de este escrito tendrá sentido ni tampoco nada de lo que a continuación desarrollamos.

Pero este, evidentemente, no es nuestro caso, sino que ya de entrada partimos de un hecho anterior al que nos ocupa y que también afirmamos: que nosotros mismos no es ya que tengamos un alma, sino que somos un alma, y que, en cambio, lo que sí que tenemos es un cuerpo. Esto lo sabemos y con absoluta certeza. Lo sabemos porque lo sentimos, que no es poca cosa, y el sentir, tenemos que decirlo y recordarlo de forma clara y rotunda para que no haya equívocos, no es el resultado de la imaginación cuya fuente está en nuestra mente, que ella sí que elucubra, duda y se equivoca, sino que nace o surge del contacto mismo directo con realidad que se siente. No surge, pues, como resultado de un me lo han dicho, lo creo, lo pienso o lo he deducido, nada que venga, por lo tanto, vía indirecta, sino de forma inmediata y sin intermediarios, ni siquiera el mental. Y asumiendo, claro que sí, que existen razones del corazón, que la razón no entiende.

¿Cuándo el ser humano empezará a creer de verdad y a darle todo el valor que tiene a su sentir que nace de las certezas que el alma aporta? Mientras no lleguemos ahí no nos enteraremos de casi nada de lo que son las llamadas verdades fundamentales sobre nosotros, nuestra existencia y origen, la realidad, destino, etc., y, por supuesto, de los seres con los que convivimos y que nos rodean, entre ellos las plantas y de manera muy especial los animales, sobre todo los más desarrollados, los más evolucionados. Es por eso por lo que hemos establecido esa fractura tan grande, injusta e irreal entre nosotros los humanos y los animales, a los que en consecuencia hemos tratado, no precisamente por maldad, aunque a veces también, sino por ignorancia y falta de sensibilidad como meros objetos, material para nuestro alimento, y mascotas para nuestro exclusivo disfrute y  diversión, llegándolos en no pocos casos a torturar, esclavizar y someter a cantidad de sufrimiento, e incluso matar, y todo porque son, hemos pensado : meros animales.

Pero hoy sabemos de muchas maneras que ellos sienten, sufren, tienen sentimientos y conciencia, también deseos y emociones, en su nivel y dentro de su especie, pero cualitativamente como nosotros. Véase si no el testimonio tan importante y real que nos ofrece Laila del Monte en su precioso libro “Comunicarse con los animales” donde muestra cómo podemos conectarnos con ellos y saber sobre sus sentimientos y pensamientos a partir de nuestra intuición profunda que es el mejor camino para establecer comunicación entre cualquier ser, o véase también su otro libro más reciente “La muerte de los animales” en donde se habla del proceso de abandono del  cuerpo, su vida más allá y la posibilidad de conexión con ellos una vez han partido. Señalemos además que no son pocos los testimonios de personas que han podido mantener ese contacto póstumo con ellos, como sentir la presencia e incluso verlos a sus perros después de que partieran hacia otros planos de realidad en una vida que no termina con la del cuerpo físico.

No menos importante resulta el libro escrito por los autores Miguel Pedrero y Carlos G. Fernandez bajo el título “Nos veremos en el cielo” donde se exponen muchos casos de manifestaciones de nuestras mascotas después de que hayan dejado nuestro mundo, junto a psicofonías grabadas que atestiguan su pervivencia después de esta vida, y donde se muestran además investigaciones que evidencian  que los animales sienten amor, odio, son solidarios e inteligentes, distinguen entre el bien y el mal, tienen conductas que hacen pensar en la espiritualidad, experimentan alguna clase de éxtasis de tipo místico, etc. No hay que olvidar tampoco, por el valor testimonial que tiene dada la personalidad de quien lo dice, lo que Jane Goodall la famosa etóloga inglesa, considerada la mayor autoridad mundial en el estudio de los chimpancés, afirmaba sin rodeso acerca de ellos: “tienen emociones, ética y moral de grupo”

Esas conductas evidentemente son las propias de alguien del que no se puede pensar que no tenga un alma, que es lo que les ocurre a los animales aunque su desarrollo evolutivo sea menor. Cuestión que es tratada abierta y directamente por el conocido escritor Daniel Meurois que dominando como pocos la técnica del viaje astral y sintonizando con una habilidad que impresiona con la vida y el sentir de no sólo de los humanos de este y otros tiempos sino de los mismos animales entra en esta ocasión en contacto con el alma de un perro, Tomy, que le sirve de hilo conductor para hablar de sus sentimientos, de lo que piensa y de cómo experimenta su existencia. Algo que narra maravillosamente en su espléndido libro “El alma de los animales”.

Lo bien cierto, en cualquier caso, es que primatólogos, biólogos y zoólogos han podido constatar a la luz de sus investigaciones que la visión que hemos tenido de los animales, así como el trato que les hemos dado y continuamos dándoles en demasiadas ocasiones no hacen sino confirmar la barbarie en que aún vivimos y que según muchos de ellos convierten a los actuales mataderos en auténticos campos de exterminio como en otro tiempo lo fueron los de Auswits o Mauthausen, y a muchos zoos en verdaderas cárceles, sin contar con muchas de las formas de maltrato animal que aún nuestra ignorancia, como mínimo, o crueldad en ocasiones, es capaz de elevar a la categoría de acto cultural u obra de arte, tal y como ocurre con las famosas corridas de toros. ¿Quieren estos ser sacrificados y utilizados como lo son?, ¿nos importa saberlo? ¿Y si de verdad ellos están sintiendo día a día cosas parecidas a las que muchas personas experimentaron en otro tiempo cuando iban a ser vilmente torturados? Yo no deseo criminalizar a nadie, incluso creo en la buena fe de la mayoría de los que intervienen en este tipo de acciones, y pienso convencido, como ya he dicho, que es ignorancia lo que permite que cierto tipo de conductas con los animales se mantengan. Pero esa ignorancia no quita para nada el hecho muy real del sufrimiento, ni la degradación que este tipo de conductas suponen para los que las realizan. Tal vez pensando en todo esto el filósofo Shopenhauer dijo aquello de que “el hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales”, como se puede ver si repasamos detenidamente la consideración con que en muchas ocasiones se le trata o se les ha tratado.

Existen por suerte, además de todo cuanto hemos dicho, investigaciones muy interesantes que elevando nuestra conciencia resquebrajan las viejas concepciones que teníamos sobre el mundo animal, es lo que ocurre por ejemplo con un experimento realizado por el prestigioso psiquiatra español Dr. Gaona en el que trataba de comprobar y mostrar hasta qué punto la mente puede influir sobre la materia. Este experimento (que se explica en su libro “El límite” (La esfera de los libros, 2016)) se realiza con un aparato llamado GNA cuyo funcionamiento está basado en determinados procesos cuánticos y que sustituye a los EEG. Pues bien, tal y como explica Gaona el aparato se instaló adecuadamente sobre la cámara que desprende dióxido de carbono en un matadero de cerdos donde los animales como se puede suponer experimentan situaciones de estrés, sensación de peligro y sufrimiento muy claras. Como era de esperar y bajo una situación muy exhaustiva de control en el desarrollo de la prueba tal y como el Dr. explica, (hora exacta de apertura del matadero, número de animales sacrificados por segundo, duración de cada parada técnica, etc..), a las dos semanas en que duró el experimento el GNA reflejó las importantes diferencias que había entre los cero y los unos que indicaban la incidencia de las reacciones de los animales cuando el matadero estaba en funcionamiento y cuando no había actividad. Hasta ahí todo normal, y el experimento aportó aquello para lo que se había destinado.

Pero lo que desconcertó al Dr.Gaona y a sus acompañantes tal y como él mismo cuenta es que “pudimos observar algo que nos sorprendió sobremanera: muchas noches, de madrugada, el aparato registraba grandes oscilaciones, cuyo origen nos ha proporcionado grandes dolores de cabeza, por el esfuerzo para conocer la causa”. No es para menos, y en especial tratándose de un espacio controlado para que la investigación fuese del todo fiable. Por lo que se pregunta a propósito de ello el investigador Miguel Pedrero: “¿acaso las conciencias o las almas de los animales sacrificados seguían existiendo e influenciaban de algún modo al GNA” Lógica no le falta para pensar así y como posibilidad ahí está; en cualquier caso, y a juzgar por muchos de los experimentos que en este campo se han realizado, como por ejemplo los del pionero Dr.Cleve Backster con el polígrafo y las gráficas totalmente alteradas que registraba una vez que amenazaba con una cerilla la quema de una planta, o los experimentos del Dr. Masaru Emoto con la influencia de las etiquetas en el envasado del agua que pueden cambiar las estructuras moleculares de la misma, tal y como narramos en escritos anteriores, nos parece más que pertinente la observación de Pedrero.



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