La
doctora Elisabeth Kübler Ross, (1926-2004),
especialista en estudios sobre la muerte, investigó científicamente lo que
experimentaban los moribundos; trabajó durante más de veinticinco años en las
secciones de enfermos terminales en Estados Unidos, donde, junto a sus camas,
escuchándoles como nunca antes se había hecho fue recogiendo todos sus
testimonios y experiencias cercanas a la muerte que la hizo convencerse y
esforzarse por demostrar también a los demás que la muerte tal y como la habíamos
entendido no existe. Por todo ello ha sido reconocida en el mundo entero, por
lo que cuenta en su haber con veintitrés doctorados honoríficos, cosa nada
habitual en el campo de la ciencia y de la investigación. De su libro “La muerte, un amanecer”, de la editorial Luciérnaga extraemos por su
valor para la comprensión sobre la vida, la muerte y el más allá, las
siguientes palabras:
“Mi
tarea verdadera…consiste en decir a los hombres que la muerte no existe.
…y que todo lo que nos
sucede en esta vida sirve para un fin positivo…El cuerpo físico no es más que
una casa….,el “capullo de seda”…,cuando llega la muerte abandonamos el capullo
de seda…
…Al
liberarse de ese capullo de seda, se llega a la segunda etapa, la de la energía
psíquica…advertiréis enseguida que estáis dotados de capacidad para ver todo lo
que ocurre en el lugar de la muerte…, el “muerto” –si puedo expresarme así- se
dará cuenta también de que se encuentra intacto nuevamente. Los ciegos pueden
ver, los sordos o los mudos oyen y hablan otra vez…Podréis comprender que la
experiencia extracorporal es un acontecimiento maravilloso, que nos hace
sentirnos felices…os dais cuenta también de que nadie puede morir solo…
…Después…se
toma conciencia de que la muerte no es más que un pasaje hacia otra forma de
vida…Puede tratarse de un túnel…Después, cuando habéis realizado este pasaje,
una luz brilla al final. Y esa luz es más blanca, es de una “claridad
absoluta”…Frente a esa luz, os dais cuenta por primera vez de lo que el hombre
hubiera podido ser…os dais cuenta de que vuestra vida aquí abajo no es más que
una escuela en la que debéis aprender ciertas cosas y pasar ciertos exámenes…
Volviendo
a ver como en una revisión vuestra propia vida, ya estáis en la tercera
etapa…Conocéis exactamente cada pensamiento que tuvisteis en cada momento de
vuestra vida. Conocéis cada acto que hicisteis y cada palabra que
pronunciasteis…Quisiera aseguraros que estar sentados a la cabecera de la cama
de los moribundos es un regalo, y que el morir no es necesariamente un asunto
triste y terrible. Por el contrario, se pueden vivir cosas maravillosas y
encontrar muchísima ternura. La muerte es el paso a un nuevo estado de
conciencia en el que se continúa experimentando, viendo, oyendo, comprendiendo,
riendo, y en el que se tiene la posibilidad de continuar creciendo.
El
cuerpo que ocupamos pasajeramente en ese momento, y que percibimos como tal, no
es el cuerpo físico sino el cuerpo etérico… Los niños y adultos nos hablan de
la presencia de seres que les rodean, les guían y les ayudan en el momento de
su salida del cuerpo…Somos siempre recibidos
por aquellos que nos precedieron en la muerte y que en otro tiempo
amamos…Después de abandonar nuestro cuerpo físico…nos encontramos en una
existencia en la que no hay ni tiempo ni espacio y podemos desplazarnos
intensamente donde queramos…”.
Sabe,
muy bien, Kübler Ross, lo que dice y su enseñanza ha servido especialmente para
contrarrestar la errónea información con que nuestras mentes, desde milenios e
incluso hoy en día aún han sido insistentemente bombardeadas.
Pero
es necesario recalcar, además, que si a
ella le importó tanto investigar la muerte fue por lo mucho que le interesaba
la vida, dentro de la cual aquella cobraba todo su sentido y significado. Vivir
tal y como Elisabeth lo entendía tenía como mayor finalidad sanar nuestras
heridas, superar nuestros errores, experimentar y aprender las lecciones de la
vida que cada uno no había aprendido aún, para todo esto nacimos; de hecho, tantas
eran estas lecciones por aprender y experiencias por vivir que, según decía, es
imposible asimilarlas o realizarlas todas en el transcurso de una sola vida, y
de ahí el valor que la reencarnación tenía para ella. Lo bueno de todo ello es
que el vivir continua en otra existencia, con un nuevo estado de conciencia,
experimentando también, comprendiendo, disfrutando y riendo, con la
posibilidad, decía, de continuar el crecimiento espiritual.
Escribió
veinticinco libros y una autobiografía muy recomendable que es “La rueda de la
vida”. Aunque partió hace unos años su presencia sutil nos acompaña y nos guía, sobre todo para ayudarnos a entender que evidentemente “la muerte es un
amanecer”.
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