“Lo
primero que recuerdo de la ECM –cuenta G. Rodonaya- es que descubrí que me encontraba
en el reino de la oscuridad total. No sentía dolor físico; de algún modo aún
era consciente de mi existencia como George…….No estaba preparado para
esto…Poco a poco conseguí dominarme y empecé a pensar en lo que había
sucedido….Pensé: “¿Cómo se puede definir lo positivo desde la oscuridad? Bueno,
lo positivo es la luz”. De manera súbita estaba en la luz. Era una luz muy
intensa, como el flash de una cámara, pero sin centellear y con el mismo
brillo…….hasta que poco a poco empecé a sentirme seguro y cómodo. De repente,
todo parecía estar bien.
A
continuación empecé a ver moléculas volando de un lado a otro, átomos, protones
y neutrones…….este caos también tenía una simetría propia. La simetría era
maravillosa, unificada y completa, a la vez que me inundaba de un gran
bienestar….El tiempo, en la forma en que yo lo conocía, se había parado: el pasado,
el presente y el futuro se fusionaron en una unidad atemporal de la vida.
En
algún momento experimenté lo que se denomina “repaso del proceso de la vida” ya
que en un instante vi mi vida desde su comienzo hasta el fin…..Acepté mi vida
tal y como es.
Durante
este tiempo la luz irradiaba una sensación de paz y alegría en mi…y me sentí
tan contento de estar en la luz…Logré ver que la realidad se encuentra en todas
partes…Todo está interconectado…Sentí que la luz y yo éramos uno y que todo en
el universo y en mi estaba bien…..
Cualquiera
que haya vivido una experiencia similar con Dios, que haya tenido semejante
sensación de conexión con la realidad, sabrá que sólo hay una única labor
importante en la vida y esa es amar…Tratar a la creación de Dios con un gesto
de generosidad y compasión es la única forma de existencia que tiene valor…”
(Fuentes:
Internet, y el libro de Fco. Lopez
Seivane “Candidatos a la Hoguera”, edit. “Más allá libros”, pag. 69.) Raimond Moody también lo menciona
frecuentemente y lo recoge junto a otros ejemplos ya clásicos como los de Danion Brinkley en el excelente vídeo “Vida
después de la vida”. Su experiencia transcurre en un estado de muerte cerebral.
Traigo este caso, como otros semejantes, porque nos sacan del hábito, tan
arraigado en nosotros, de ver las cosas siempre con nuestra pequeña mente dual
y porque nos obliga o, al menos, nos invita, a ir más allá de una realidad tan
plana como la que vivimos, tan pegada al mundo de los sentidos y de la materia,
también nos impulsa a recuperar las piezas que nos ayudan a construir el
significado y el sentido de nuestra vida en una existencia donde experiencia
tras experiencia lo que se demuestra es que la muerte es una gran mentira.
También
en esta maravillosa experiencia se nos muestra de una forma muy evidente cómo
para nuestra conciencia no hay separación alguna con algo que en principio se
pueda considerar como ajeno o exterior a nosotros, ¡que podemos entrar incluso
dentro de los átomos!, pues, como conciencias, no tenemos fronteras que nos
limiten ni puertas que nos encierren, no ya para penetrar en las partes más
mínimas de microcosmos como hemos dicho, sino para alcanzar incluso las
dimensiones más lejanas y profundas del Universo tal y como nos lo han relatado
personas que han experimentado estados expandidos de conciencia y samadhis
desde los cuales han vivido cuanto estamos diciendo (Sesha, por ejemplo, y otros muchos).
Y
qué bien, también, el poder comprobar que la vida es sólo una, que lo que nos
diferencia entre una experiencia “aquí” en esta existencia tridimensional y en
otra posterior más allá del espacio y del tiempo es fundamentalmente el tipo de
identificaciones que tengamos, ya que por lo demás el centro nuestro, nuestro
ser, es siempre uno y el mismo, el que lo unifica todo y todo es capaz de
integrarlo todo, de modo que una vez que esto lo hayamos descubierto nos
podemos sentir siempre “en Casa”, o sea, en la conciencia de ser, desde la cual
y en la cual sólo se percibe la perfección de la realidad, la interconexión de
todo, y que nunca jamás hemos salido de nosotros mismos, o sea, de Lo Real o
Dios.
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