¿Dios?, nadie lo ha visto, dicen unos, ¿para qué
hablar de ello?,
Tratemos de asuntos más prácticos, interesantes y
urgentes, añaden,
Mientras que para otros es sencillamente
incomprensible
Si no inexistente, o una cosa de gente muy primitiva
Y de ignorantes, algo a superar y dejar como un
viejo vestigio
De tiempos pasados, de subdesarrollos y atrasos sombríos,
irracionales e incultos.
Dios, por lo demás, no es un objeto, no es comida,
no es un bien inmueble,
Ni contable, no es nada de cuanto se pueda medir, ni
pesar,
Por no tener no tiene forma, ni perfil, y,
evidentemente,
No puede ser visto, ni oído, ni tocado, como tampoco
el gusto o el olor lo delatan.
Entonces, ¿de qué estamos hablando?
Se dice: es infinitamente bueno, bello, bondadoso,
es el poder absoluto….
¿Y qué?, todo eso no son más que palabras,
conceptos, ideas,
Pero demuéstramelo, señálamelo, dime cómo lo puedo
percibir, se insiste.
Así, que el círculo siempre queda abierto,
incompleto. Hasta que…
Llega un día, en que en nuestro mirar advertimos el
mirar de Dios
Y en lo visto nos damos cuenta de cómo sobresale su
brillo y su presencia,
Suave e imperceptible como el aire que mueve las
hojas de un árbol.
A Dios sólo se le puede sentir en la medida en que
Él lo somos también nosotros.
Sólo se sabe de Dios en cuanto se sabe de nuestro
ser.
Porque nuestro ser y Dios son lo mismo. Mi ser es el
Dios de mi individualidad
Y Dios es el Ser de la Totalidad. Conoces y sientes
a tu ser y conoces y sientes a Dios.
Pero ni una ni la otra cosa se puede explicar, tan
sólo vivir y, sobre todo, ser.
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