Es normal que en algún momento nos inquiete saber
eso,
Ocurre siempre que alguien ha de ir a un lugar desconocido,
Más aún si se prevé que el sitio es muy nuevo y
distinto
Y que lo que se deja son cosas, situaciones y
personas muy queridas,
De las que de un modo o de otro se depende afectiva,
mental o materialmente
Y con las que se está, más o menos, identificado,
apegado incluso.
Veamos, pues: Este es el aquí de la densidad
material,
Un mundo elegido por nuestras almas, que son de un
nivel distinto: el espiritual.
Este lugar tiene sus propias leyes en cuanto a
espacio y tiempo, las físicas,
Que son propicias para un tipo concreto de
experiencias y de relaciones,
De aprendizajes, manifestación y creatividad únicos.
De ahí el valor de esta precisa encarnación. Puede
haber otras.
Al dejar el cuerpo, nuestras almas se liberan de las
dependencias de este y su mundo.
Algunas veces lo hacen poco a poco, y en ocasiones
más rápidamente,
Según los enganches que se tengan con lo que queda
detrás.
Y a continuación, vamos al lugar del que partimos, a
nuestro hogar como almas,
Más en contacto con la realidad y más despiertos a
lo que somos.
Es lógico que así sea, pues al tomar un cuerpo
físico se tiende a proyectarnos en él,
O sea, a salir un poco, o mucho, de la verdad de
nosotros mismos y olvidarla.
Por lo tanto: si “aquí”, encerrados en nuestra
burbuja personal-egótica
Nos creemos, desde el espejismo y la ignorancia, tan vivos y tan en nuestro
medio real,
¡Cómo no será allí, estando más lúcidos y en, ese
sí, nuestro genuino mundo!
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