La Vida, llámale si quieres Dios, o Lo Que Es, es
tan inmensamente Todo,
Que desde la dimensión activa de su Ser, un fluir
continuo y dinámico de realidades
Como si se tratase de millones y millones de
amaneceres, va volcándose a la existencia.
En incontables planos, en innumerables registros de vibración e
infinitos universos.
Así, dicho con la cortedad de unas palabras, que no alcanzan
el poder de señalarlo,
La Acción de Dios se realiza. Siempre es Él
actuando, y en su actuar cobran vida
Infinidad de seres que se convierten en sus manos, sus
ojos, sus pies, su mente,
Su corazón, y un elenco aún mayor de medios que en
nuestra ignorancia desconocemos.
Reconocer la grandeza de lo que ocurre desde detrás
de cada existencia en su obrar
Nos conduce entonces a la única humildad posible,
deseable y real,
La que surge de la comprensión de que es Dios quien
actúa en mí y a través de mí.
Desde esa conciencia sabemos que lo visto de
nosotros desde el exterior de nuestro ver,
Que es tomado por el actor verdadero de nuestra vida
y de nuestras acciones,
Y al que tanta importancia le damos, tan sólo es un
personaje.
Porque el luminoso actor está detrás, con el gozo y
la sabiduría del mismo Dios.
Por eso, si busco a ese actor me voy a encontrar con
Dios, nunca con un ego particular,
Y, lo mismo: si me busco a mí detrás de las
bambalinas de lo que pensé y creí ser
Me daré de maravillosas bruces con el asombroso Infinito
de lo que Es La Realidad.
Todo viene a ser como un juego de espejos, donde
cada uno sólo muestra imágenes,
Que al ser tomadas por lo real nos privan de la
posibilidad de conocer su Origen.
Pero, no importa, pues llega un momento en que el
actor necesita regresar a sí mismo,
Cuando el telón se baja, y, entonces, ya sin sus
ropajes brilla en su totalidad y su verdad.
También, al meditar, uno baja ese telón y encuentra lo
que él es: Dios En él como Actor.
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