Vamos por la vida exhibiendo o simplemente tratando de mostrar
nuestra mejor cara,
En la que todo esté perfectamente ordenado, controlado
y situado.
Así creemos funcionar bien, aunque las placas
tectónicas de nuestro ego,
Con sus “demonios” ocultos, estén llevando una
guerra sumergida por su cuenta.
Luego, pasa que suceden cosas inesperadas, reacciones
inusuales y situaciones extrañas.
Ocurre con la pareja, el trabajo, las relaciones y la
vida en general.
Y, todo, porque nuestra existencia es vivida de
manera fragmentada,
Dejando en el desván del subconsciente todo lo que
no queremos mirar, reconocer o afrontar.
Eso forma el mundo de nuestros “demonios ocultos”, demonios que salen a veces
Con independencia del manejo y sujeción que sobre ellos quisiéramos tener.
Por eso es tan importante la autoobservación, ese darse cuenta de lo que se vive
Y, en la medida de lo posible, también de lo que se
vivió.
Que todo salga a la luz de nuestra conciencia y se
aireen nuestros rincones oscuros
Para que nuestra vida sea realmente una y no un
espacio de lugares vedados.
Concienciar, observar e iluminar cuanto hay y se
presenta en nuestro vivir,
Para que no existan obstáculos o puertas que
obstruyan el paso a la pura conciencia de ser,
ni eviten así que nuestra manifestación sea
transparente, limpia y sin doblez.
Las situaciones emocionalmente explosivas, las
salidas de tono
Y todas esas “anomalías” que uno no quisiera ver manifiestas
en su cotidiano vivir,
Son inmensamente oportunas para que, viéndolas y comprendiéndolas,
podamos crecer.
Pues, todas ellas, vienen con un mensaje y una lección que
deben ser conocidos y aprendidos.
El valor de los problemas está en la oportunidad que
nos ofrecen de encontrar luz y salidas.
Siendo la salida óptima aquella que eleva nuestra
conciencia de ser y nuestra actitud para amar.
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