El cuerpo es un mecanismo del que nos servimos para
vivir en esta dimensión,
Un instrumento inmensamente útil y completo para
realizar nuestras funciones.
Su perfección, sutileza y complejidad son tan
asombrosas y sofisticadas
Que superan infinitamente cualquiera de los inventos más geniales y punteros
Que la ciencia en su creatividad puede hoy abordar,
realizar y concebir.
La inteligencia y sabiduría que lo han concebido
deslumbra
Y sólo la ignorancia o la vanidad y el orgullo de
mentes diminutas o pacatas
Pueden inducir a pensar que procesos casuales o
simplemente evolutivos,
Sin conciencia intencional y ciega, están en su
origen.
Este cuerpo físico, maravilloso, es el nuestro, y
hoy por hoy tiene fecha de caducidad,
Pues sufre desgaste, deterioros, desequilibrios en
su funcionamiento,
Se rompe, enferma, puede ser también destrozado,
acribillado, machacado, manipulado,
Y siempre está a merced de cuantiosas inclemencias,
tanto internas como externas.
Así que, llegado un momento, se convierte en algo
inerte, sin vida y muere.
Pero, todo eso le sucede a él, al cuerpo, al que
tenemos o teníamos, no a nosotros
Que no somos ese mecanismo, ni ese instrumento, ni
esa máquina,
Por mucha identificación, apego y querencia que le
tengamos.
Nosotros somos “otra cosa”, somos un centro de
autoconciencia autónoma,
Con voluntad, inteligencia, creatividad y energía
propias, independientes.
Nuestra existencia tiene, además, un ritmo, un
camino y un campo de manifestación
Que sólo circunstancialmente parecen limitarse y
depender de la materia física.
En definitiva: el cuerpo no es nuestro hogar, ni
nuestro destino, ni nuestra identidad.
Nuestra realidad, sencillamente, no es la suya. A
esto, tenemos que Despertar.
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