El concepto de “pecado”, tan extendido en occidente
dejó una huella muy profunda,
Nuestras maleables mentes lo interiorizaron muy
dentro, y con él la sensación de culpa.
Ambos, pecado y culpa nos hicieron creer que no
éramos dignos merecedores
De algo a lo que se llamó salvación, que hoy
traducimos por iluminación y despertar.
En la vieja idea, esa salvación tenía que ser
conquistada pagando un precio:
Arrepentimientos, penando y sufriendo. “Te ganarás
el pan con el sudor de tu frente”,
“parirás con dolor”. Y, lo peor: la expulsión del
paraíso.
Sobrevolando eso un Dios castigador y ángeles con
espadas señalando nuestro destierro.
Lo más curioso: la descendencia humana naciendo
bajo ese estigma de culpabilidad.
¿Pero de qué pecado se trataba?: haber desobedecido
y ofendido a Dios. Vaya chasco.
Lógico que haya tantos ateos, renegados y hartos de semejantes
bobadas.
El ser humano nace para revelarse contra todos los “dioses”,
y afirmar su divinidad,
su Amor, Sabiduría y Poder interiores frente a los
espejismos y mentiras que esclavizan.
No existe un Dios separado de ti que se ofende, ni
que exija determinadas obediencias.
Tampoco tenemos una deuda kármica o pecado ancestral
por el que pagar.
Nada de eso es verdad ni existe más que en mentes no
adultas ni desarrolladas.
Sólo hay lo que en tu divinidad quieres que haya y
en lo que asumes participar y jugar.
Somos dioses dormidos. Ninguna instancia por
encima del Yo divino que somos.
La misma separación que experimentamos respecto a la
Plenitud ansiada y a la Unidad,
Llamémosle también Dios, por lo que representa, no
es real, sólo ilusión transitoria,
Una especie de sueño, una ilusión de los que salir;
a veces un mal sueño, eso sí.
“Sin pecado concebida” se dice de María. De acuerdo,
y todos también. Por supuesto.
El pecado, la culpa y un dios superior a Lo Que Eres
son mentiras. Simplemente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario