Hay una imagen muy gráfica y clara que nos ilustrará
lo que vamos a decir.
Estamos hablando de esa pequeña piedrecita que se
encuentra arriba en lo más alto,
Y justo al borde, de una montaña repleta, absolutamente
cubierta de nieve.
El fuerte viento la arrastra y empieza a caer
rodando y rodando, sin parar, por la ladera.
Mientras esto ocurre la pequeña piedra va quedando
envuelta capa a capa por la nieve
Hasta desaparecer en el interior de una inmensa
bola. Ahora nadie la puede reconocer.
Paralelamente. Vemos y sentimos en nuestra vida,
suceso tras suceso, golpe tras golpe
Y acontecer tras acontecer, el impacto que todo ello
deja en nuestra alma,
Su presión nos convierte en sujetos emocional,
mental y físicamente transformados,
Alejados, demasiadas veces, de aquella alegría
natural, esencial y vital
Que irradiaba pletóricamente aquel niño o niña que
fuimos y que ya olvidamos.
Estamos hablando, pues, de esa “pequeña piedrecita”,
la de nuestra realidad esencial
Que quedó perdida, suplantada y también machacada en
mitad de tanta peripecia.
Cuando esto ocurre y la añoranza o incluso la
angustia aprietan, como suele suceder,
Entonces, como siempre, cabe la posibilidad de
pararnos y de reaccionar
Dejando que surja la gran pregunta: ahora, en medio
de todo esto, ¿dónde está mi ser?
Y si la búsqueda es real, veremos deshacerse ante
nosotros las capas que, como la nieve,
Ocultaron y alejaron de nuestra conciencia ese fondo
de luz y de gozo, de amor y poder
Que nunca jamás dejamos de ser, en mitad incluso de
los peores momentos.
No siempre es fácil reconocer esto, y cada uno hace
lo que puede, pero la verdad es esa:
Que por muchas capas de dolor o de sufrimiento que
cubran nuestra visión y sentir,
Nuestro ser radiante jamás se alejó de nosotros. Ahí
está, en nuestro corazón, esperando.
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