Como
en otras ocasiones ya había hecho, me fui, -años 90-, a la búsqueda de personas
o centros que me aportasen cierta comprensión espiritual y paz interior; esta
vez el destino era la antigua escuela de meditación del “Arco Iris”, especie de
comunidad “new age”, que en su día fundó el entrañable y siempre admirable Emilio Fiel y que, en ese momento,
estaba conducida, por la conocida por todos nosotros como Maha, hoy con el nombre de Shakti
Genaine, quien hacía de “terapeuta-maestra”.
Maha
era una sabia y avispada mujer suiza, una maestra espiritual entre chamana y
druida que con independencia de la misión concreta para la que allí había ido,
buscaba siempre para los que asistíamos a los cursos, formas creativas e
ingeniosas, también arriesgadas desde mi punto de vista, que nos ayudasen a ver
nuestro subconsciente, y a soltar los “viejos enganches” del ego; la finalidad
tal y como yo lo interpreto era la de potenciar personas maduras que estuvieran
en condiciones de abrirse a los niveles superiores del ser o transpersonales.
Con esta intención, nos ofreció aquella mañana la posibilidad de trabajar una
especie de psicodrama, a partir de una jaula real de hierro que allí había; la
jaula estaba circundada por rígidos barrotes de hierro, y su superficie era de
más de un metro de diámetro. El trabajo propuesto consistía en penetrar allí
dentro y ver lo que se experimentaba.
Alguien
del grupo, voluntariamente, tenía que entrar y permitir que apareciesen las
resonancias que, sin lugar a dudas, surgirían de nuestra jaula o cárcel
interior. K., (así le llamaremos), una persona, cargada entonces de fuertes
agobios por importantes problemas de tipo familiar, se avino enseguida a lo que
más que nada parecía un divertido juego; K. penetró dentro y cerramos la
puerta, luego la jaula se elevó hasta quedar suspendida en el aire, colgando de
la rama de un frondoso árbol.
Las
interesantes vivencias que K., a partir de ese momento, tuvo, y sus ricas
comprensiones, las detalló luego en un escrito que se publicó en el libro “El
otro Arco Iris” de la editorial Gaia, del que extraigo algunos interesantes e
ilustrativos párrafos:
“Me
lamenté de lo cogido que me sentía, víctima de las circunstancias de la vida
que me mantenían en continuo movimiento……me senté dentro (de la jaula)
Estaba solo. Me sentí solo, como si toda la soledad del mundo se me hubiese
abalanzado de repente. La situación me resultó conocida: “¡Otra vez igual! De
nuevo en la jaula de siempre. Idiota, tú mismo te lo has buscado”. La rabia me
inundó. Busqué en los bolsillos la cartera…Deseaba romper en mil pedazos el
carnet de identidad. No saldría hasta no haber cambiado.
Inesperadamente
me alcé y un grito surgió de lo profundo: “¡Jai Vishva!” ¿Viva el Universo?
Estaba de rodillas, aferrando los barrotes con las manos. La voz se perdió en
el cielo. Me sentí ridículo y abrumado. Me desnudé y tiré la ropa…por entre las
rejas. Ví a Maha acercarse. Detrás, varias personas llevaban botes de tomate y
de Ketchup.”¿Querían jugar?¡Jugar! Bobo, era eso. Otra vez pillado en la
tragedia, dramatizando la vida”. Pedí una gran lata de tomate y la vertí sobre
mi cabeza.
A
partir de entonces perdí la noción del tiempo. Todo era una fiesta. Nada se
escapaba a la percepción. Los colores, los sonidos, las voces se agrandaban
haciéndose más intensas. Todo se mezclaba en un mosaico multicolor donde nada
perdía su singularidad. Cada movimiento, un fotograma eterno y sucesivo. Las
personas, rizos de mar. Los gestos, las risas, movimientos precisos de
consumados artistas…La jaula había desaparecido, integrada en un paisaje móvil.
Allí estaba la eternidad…
Han
transcurrido cuatro años…(algunas veces) me
descubro en la jaula de hábitos milenarios, pensamientos y deseo
prefabricados…Ahora sé, a cada instante, que la jaula es sólo un espejismo
mental, un laberinto del que puedo salir. La jaula estaba en mi, en mi
cabeza…Todo el cuerpo entendió vibrando de alegría”.
Este
texto es muy elocuente; yo también me sentí entonces dentro de esa misma jaula,
que representaba todos mis miedos y mis resistencias, mis confusiones y mis
líos, todas las inseguridades que, como unos férreos y duros barrotes,
conformaban mi propia cárcel existencial de la que precisaba con urgencia
salir, una jaula-cárcel que, como poco a poco uno va descubriendo, nada tiene
que ver con el exterior sino que se forma, comprimiéndonos desde dentro de
nosotros mismos, en nuestra mente, y con ideas sobre nosotros mismos que nos
reducen y convierten en un pequeño y caricaturesco yo. Esa jaula sólo se
destruye y abre por fin sus puertas con el nacimiento a una nueva conciencia de
ser, una vez que hemos podido ver que todo lo que creímos que eran monstruos y
gigantes no eran sino unos indefensos molinos.
El
magistral y agudo filósofo Ken Wilber
nos lo sintetiza con precisión y mucha claridad: “los seres humanos formamos parte
de esa totalidad llamada por nosotros “Universo”, una parte circunscrita en el
tiempo y en el espacio. Cada uno de nosotros se experimenta a sí mismo, a sus pensamientos y a sus
sentimientos –en una especie de ilusión óptica de la conciencia- como algo
separado del resto. Esta ilusión constituye una especie de prisión que nos
encierra en nuestros deseos personales y restringe nuestro afecto a unas
pocas personas cercanas. Nuestra labor
debe ser la de liberarnos de esta cárcel” (Citado por Ken Wilber en
“después del Edén”, Edit. Kairós, pag. 23).
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