Inteligencia
no siempre es sinónimo de lucidez; a veces, con ella nos podemos enrocar en
dogmatismos contrarios a la evolución de la ciencia; esto les pasa a quienes se
aferran a la visión de un universo-máquina sin sentido ni finalidad alguna, un
universo triste y sin esperanza, un absurdo, en definitiva, dentro del cual
estuviéramos todos irremediablemente metidos, vagando absurdamente hacia una
deriva fatal y con “desesperación inflexible”. Sólo quien quedó atado a la sola
razón puede ver un universo así, también quien no abre las puertas a la ciencia
con conciencia y a la intuición.
Un
notable ejemplo de esto que decimos nos lo da el filósofo y matemático
indiscutible, y de encomiables méritos como defensor de los derechos humanos Bertrand Russell, para quien a pesar de
todo eso: “el hombre es el producto de unas causas que no sabían el fin de lo que
estaban consiguiendo…sus esperanzas y sus miedos, sus amores y creencias no son
sino el resultado de disposiciones accidentales de átomos; que ningún fuego,
ningún heroísmo, ni ninguna intensidad de pensamiento ni de sentimiento, puede
preservar una vida individual de la tumba; que todos los trabajos de todas las
épocas, toda la devoción, toda la inspiración, toda la brillantez del genio
humano está destinada a la extinción con la muerte del sistema solar, y que
todo el templo de los logros del hombre perecerá inevitablemente bajo los
escombros de un universo en ruinas. Todas estas cosas, si no sin discusión
posible, son ya casi tan ciertas que ninguna filosofía que las rechace puede
tener esperanza de permanecer. Sólo considerando estas verdades, sólo sobre la
firme base de la desesperación inflexible puede hallarse un lugar para el
alma”.
Después
de leer esto, serán las palabras de un gran hombre de ciencia, Ervin Laszlo, fundador y presidente del
Club de Budapest, fundador y director del General Evolution Research Group,
mienbro de la International Academy of Philosphy of Science, senador de la International Medicy Academy y muchos otros méritos, tanto académicos como
científicos, quienes pongan en entredicho el pensamiento de Russell dando,
desde el lado científico, otra visión, no sombría, no encajonada, sino con
sentido y, por lo tanto llena de esperanza. Dice Laszlo en su brillante
réplica:
“…la cara del progreso no necesita ser tan
fría, ni la cara de la caída tan trágica. Todas las cosas que Russel menciona
no solamente no están más allá de cualquier discusión y no sólo no son ya casi
ciertas, sino que puede que sean las quimeras de una visión del mundo ya
obsoleta……La vanguardia de la nueva cosmología ha descubierto un mundo que no
termina en ruinas y la nueva física, la nueva biología y la nueva investigación
de la conciencia reconocen que en este mundo la vida y la mente son elementos
integrales. Todos estos elementos se unen en el universo informado, un universo
global, intensamente dotado de significado, piedra angular de un esquema
conceptual unificado capaz de unir los diversos fenómenos del mundo: la teoría
integral del todo” (ambas citas están sacadas del libro de Ervin Laszlo
“La ciencia y el campo akásico”, edit. Nowtilus, pag. 8)
Ambas
posiciones están suficientemente planteadas y por lo tanto las dejamos así. De
todos modos, la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido y el
significado de nuestro universo y, por lo tanto, de nosotros en él, no vendrá
nunca de fuera, - o no sólo desde fuera-, sino, sobre todo, desde dentro de
nosotros mismos, en donde afortunadamente, y no a merced de elucubraciones
filosóficas o de otra índole, ese sentido se encuentra, es decir, en nuestra
propia alma, la cual sí que resuena con el alma del universo y su significado,
su esencia, origen y destino, por ser ella misma también parte inclusiva y no
diferenciada de él.
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