Existe
un movimiento sutil que, arrancando desde el fondo del ser de cada uno, nos
lleva hacia la consecución de objetivos y fines, al principio dispersos o
escasamente definidos, pero que, poco a
poco, se van perfilando con su particular grandeza y sublime atractivo hasta
realizar el plan de nuestras almas. Este es, en definitiva, el movimiento
luminoso de nuestra existencia hacia la realización en cada uno y desde cada
cual de su genuino y más rico potencial, pero no de forma indefinida ni
abstracta sino a través de objetivos muy concretos y tareas determinadas.
Porque
nuestra vida no es una manifestación de cosas inconexas, sin dirección ni
sentido. Al contrario. Si nos fijamos en ella y la rastreamos mínimamente
percibiremos un movimiento muy coherente, siguiendo líneas que como flechas
apuntan a una misma dirección y persiguiendo idéntico objetivo, lo que
podríamos definir como el fin de cada vida o su propósito. Así nos lo expresa Satprem, uno de los más importantes
discípulos de Aurobindo y Madre: “todos tenemos una finalidad que
alcanzar, en esta vida y a lo largo de todas nuestras vidas, alguna cosa única
que expresar, porque cada hombre es único; es nuestra verdad central, nuestra
tensión evolutiva especial. Esa finalidad no va revelándose sino lentamente,
después de numerosas experiencias y de sucesivos despertamientos, cuando
empezamos a ser hombres interiormente formados; entonces nos percatamos de que
una especie de hilo da a nuestra vida – a todas nuestras vidas, si hemos
cobrado conciencia de ello- una dirección particular, como si todo nos
precipitase siempre en el mismo sentido. Un sentido que se hace cada vez más
preciso y agudo a medida que avanzamos.” (Satprem)
Pero, si esto lo constatamos, no es
menos cierto que, constantemente y desde muchos frentes, las dificultades, los
problemas y las negaciones de toda clase, nos asaltan, como sombras agazapadas
o con total impacto, tendiéndonos a nuestro paso múltiples resistencias y
trampas que desalientan, frustran o frenan avances y progresos para nuestra
alma. La pereza, el miedo, el desánimo, la duda, la desconfianza en las propias
capacidades, la escasa autoestima, pensar que no merecemos tal o cual éxito, ciertos
apegos y dependencias que nos amarran a ellos, la falta de fe, el pensamiento
materialista, etc., son algunas de las razones o pretextos con los que contamos
para sabotear el logro de nuestros objetivos.
También es verdad que esto en sí
mismo no es negativo, pues sin resistencias a superar no es posible crecer, ni
lograr realización alguna. Es como si la luz que experimentásemos fuese la
contraparte de la oscuridad que hayamos sido capaces de develar y deshacer, del
mismo modo que la extracción de oro en una mina estuviera relacionado
directamente con el grado de profundidad alcanzado y la perforación efectuada
en la tierra. Pero, hay veces en que alguna clase de dificultad particular muy
insistente fuese a dejarnos del todo derrotados y sin fuerzas para continuar, a
pesar incluso de nuestra conciencia de lo que queremos, de la voluntad y de
nuestro esfuerzo. Pues bien: eso es lo que representa nuestro Adversario a
vencer.
Y es que, como también nos recuerda Satprem: “al mismo tiempo que cobramos
conciencia de nuestra finalidad, descubrimos una dificultad particular que es
como el reverso o la contradicción de nuestra finalidad. Es un fenómeno
extraño, como si tuviésemos exactamente la sombra de nuestra luz –una sombra
particular, una dificultad particular, un problema particular que se presenta a
nosotros y torna a presentársenos con desconcertante insistencia, siempre la
misma, pero bajo aspectos diferentes y en las más distantes circunstancias, y
que después de cada batalla victoriosa vuelve con mayor pujanza, proporcional a
nuestra nueva intensidad de conciencia, como si tuviésemos que librar aún la
misma batalla en cada nuevo plano de conciencia por nosotros conquistado.
Mientras más claramente se manifiesta nuestra finalidad, más fuerte se vuelve
la sombra. Entonces trabamos conocimiento con El Adversario”: (Satprem: “Sri Aurobindo o la Aventura de la
Consciencia”, edit. Obelisco, pag. 277-278).
Lo que la experiencia nos enseña es
que con frecuencia ese adversario que todos en alguna medida tenemos o hemos
tenido, es el motor que dinamiza nuestro crecimiento interior, el que nos
obliga a avanzar y nos abre los caminos de nuestra realización. Por otra parte,
llega un momento ya en nuestra vida en que lo podemos despedir agradeciéndole
todo el bien que nos ha aportado y el haber sido no nuestro enemigo sino más
bien nuestro aliado y complementario.
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