Hemos organizado muchas veces nuestra vida sobre
pensamientos y juicios,
Sobre valoraciones externas a nosotros mismos acerca
de lo que debemos hacer o no.
Y todo, por el deseo de alcanzar reconocimientos,
aceptación y afecto,
De manera que, al final, lo vivido ha tratado o
trata de ser aquello que mejor encaja
con los patrones, modelos y expectativas de quienes
representan para nosotros
El poder de bendecir o condenar, elevarnos o rebajarnos,
aceptarnos o rechazarnos.
Entonces, nuestro poder interior no surge, lo
hace débilmente o se estanca,
Y nuestra manifestación no se corresponde con el
verdadero impulso de nuestro ser,
Sino en meros reflejos adocenados de esquemas
exteriores a los que nos amoldamos,
Para que todos estén contentos con nosotros, nos
traten de buenos o de cosas parecidas.
Pero, de ese modo, nuestras vidas sólo expresan
moldes prefijados y carentes de raíz,
Y, en consecuencia, la frustración, el sinsentido y la infelicidad
están más que garantizados.
Lo opuesto a eso es aprender a vivir, a crear y amar
desde nosotros mismos,
A partir de la conexión que tengamos con nuestra
propia verdad y forma genuina de ser.
Cosas que sólo se consiguen en la medida en que partimos
de nuestro corazón,
Allí donde se escucha la voz de nuestro saber,
sentir y voluntad más auténticos,
Que es lo que nos señala continuamente nuestro
maestro o guía interior.
Así, cada vida se convierte en una vida genuina y
fresca, vital, sabia y amorosa,
Que se va materializando en un camino que sí es el
nuestro, con ese carácter único
Por ser el que cada cual, responsable de sí mismo,
ha decidido recorrer, explorar y crear.
Vivir desde nuestro sentir interior, descubrir y
seguir la voz silenciosa del alma
Y ser fieles a la expresión única de nuestro ser,
eso sí que nos dará la verdadera felicidad.
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