sábado, 21 de enero de 2017

EL LENGUAJE DE NUESTRA ALMA


El ruido de la mente, así como las emociones, apegos y dependencias son obstáculos que interfieren y dificultan la escucha del alma, que tiene su lenguaje propio y en una frecuencia que nada tiene que ver con la del ego ni con la de la personalidad psicológica. Nuestra alma nos habla a través del silencio interior, por eso hay que entrar muy dentro de uno mismo para poder escucharla. Sus patrones de funcionamiento así como sus intereses no tienen apenas nada que ver con el tipo de acciones y conductas que la moralidad califica o la conveniencia señala, lo que no indica necesariamente que las contradiga.

El alma señala el fondo de las cosas y no sus expresiones que se pueden considerar relativas, no tiene nada que ver con formas de pensar, ni con religiones o cosas parecidas. Está y señala siempre más allá de todo ello de lo que se siente enteramente libre. Apunta siempre a lo esencial y a lo esencial se dirige, a través de cada experiencia, dificultad o prueba. El alma, que es el instrumento a través del cual somos, nos expresamos y crecemos como conciencia individual siempre nos está guiando hacia el logro de mayor sabiduría, amor, capacidad creativa y de transformación tanto hacia dentro como hacia fuera. Persigue la experiencia de la unidad con Dios así como la transformación en vida plena y divina la existencia en la Tierra, Y es hacia eso hacia donde nos conduce individualmente con su voz silenciosa y sutil.

No es la emocionalidad, ni el sentimentalismo o las ideas sobre tal o cual cosa lo que expresa la voz y la conexión real con nuestra alma sino la sensación profunda de paz y sentido de lo que vivimos y de cómo nos conducimos. Es ahí donde podemos experimentar su presencia y realidad, cada vez más pronunciada y vívida de lo que antes era nuestra personalidad psíquica. Habituados como hemos estado durante vidas enteras a guiarnos y conducirnos en el mundo y en nuestras relaciones por las voces que sólo pretendían afirmarnos como proyectos existenciales sin más propósito que la supervivencia, el confort y cierta justicia social que cada cual ha entendido a su modo y manera, la escucha del alma da el verdadero sentido a nuestras acciones y nos coloca en plan que va incluso más allá de la inmediatez de lo que vivimos, señalando el punto real de nuestra evolución, desde donde partimos como seres espirituales y hacia donde nos dirigimos.


Nada de esto se puede conseguir sin el silencio al que hemos aludido, donde el encuentro con el  alma se materializa y se vive, primero aún con cierto conflicto por los líos y voces de la mente que poco a poco se irán mitigando y callando, y progresivamente después de manera cada vez más nítida y diáfana, hasta saber en todo momento lo que ella nos transmite y quiere. Esto se consigue con el hábito de la escucha, una actividad que es necesario cultivar si es que de verdad hemos comprendido que no somos cuerpos ni mentes sino almas con una conciencia única al servicio de un plan, el divino, en nosotros y a través de nosotros.

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