miércoles, 4 de enero de 2017

DEL EXTRAVÍO DEL AFUERA AL HOGAR CALMO DE NUESTRO SER.


En la vorágine, el movimiento y el fragor de la vida parece que nos perdemos,
Hasta tal punto quedamos impregnados por la infinidad de sensaciones y mensajes,
Que sin parar nos van llegando, más aún si no tomamos cierta distancia y protección.
Algunas veces, la añoranza del silencio interior produce en nosotros hasta tristeza
Y una amargura que puede ser hasta insoportable. Que el mundo se pare, pensamos.
Pareciera que todo nuestro alrededor hubiese sido pensado para la distracción,
Es decir, para sacarnos fuera de nosotros mismos y perdernos en él.
El trabajo, las obligaciones familiares y las mil y una dependencias o apegos
Nos tienen atados al carro de la futilidad que sólo provoca vacío en el alma.
Hasta que ponemos irrevocablemente el freno y le damos la espalda a tanto ruido.

Y, entonces, viene el descanso del guerrero, el tiempo para que aflore el silencio
Que es la música de nuestro ser, tan anhelada por nuestra alma.
Así es como lentamente nos vamos adentrando en la espesura callada de la eternidad,
Desde donde podemos retomar los ecos y las dulces melodías de nuestro espíritu,
Allí, en ese fondo inagotable del que, por fin, nos podemos alimentar y nutrir.

Desde tal refugio, el cuerpo se retira, la mente se calla y una extraña alegría nos visita;
No tiene un origen definido, sino que más bien procede de más allá del tiempo
Y del espacio en el que nos habíamos perdido. Nos instalamos ahora en la paz del alma,
Que, como una ola de gozo indescriptible, nos adentra en un océano de amor y de luz
En donde nos podemos vaciar y permitirnos ser, sin nombre, sin etiquetas, sin nada,
Solos ante y en la plenitud del instante.
Así es como nuestra identidad esencial se va haciendo consciente y una con la atención,

Y así es también como recobramos el ser esencial del que nos habíamos olvidado.

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