Esa manera de crecer en la que el ser de las cosas va subiendo
peldaños evolutivos, progresando en consciencia y en autoconsciencia viene
dirigido como diría Ken Wilber por un “impulso de
autotrascendencia” que hace que todo tienda a moverse y a evolucionar, a ir más allá de donde se
encuentra “en la dirección de una
complejidad creciente, de una diferenciación/integración creciente, de una
organización/estructuración, de una autonomía relativa creciente, de un telos creciente” (Wilber, “Más allá de las cosas”, pag.
67, Kairós)
Los sabios para Wilber
constituyen la avanzadilla de ese impulso autotrascendente, los cuales encarnan el
impulso esencial del Kosmos. Ellos son los que van tirando del carro de la
evolución hacia una mayor profundidad y expansión de la consciencia. Pero no sólo eso, sino que es muy probable también que esa misma tendencia evolutiva apunte
hacia seres supramentales que desde nuestra misma raza la trasciendan, abriendo así un nuevo
escalón ascendente tal y como Aurobindo afirma. Y todo esto dentro de un proceso en el que una voluntad muy profunda y grande de vivir y de ser en la existencia se va plasmando teniendo como referente esencial al ser humano que de algún modo aglutina en sí toda la evolución y su futuro.
Lo dice perfectamente Teilhard de Chardin en su libro “El
fenómeno humano”: “El ser humano no es de ninguna manera un elemento perdido en las
soledades cósmicas, sino que existe una voluntad de vivir universal que
converge y se hominiza en él. El hombre, pues, no como centro estático del
mundo –como se ha creído durante mucho tiempo- sino como eje y flecha de la
evolución, lo que es mucho más bello….emergió de un tanteo general de la Tierra. Nació , en línea
directa, de un esfuerzo total de la vida. He aquí la dignidad supraeminente y
el valor axial de nuestra especie” (Teilhard de Chardin, “El fenómeno
humano”, Edit. Taurus, pag. 49 y 229).
Curiosamente de manera
casi simultánea al trabajo de Teilhard, allá en su ashram de Pondicherri, en otra latitud no sólo
física sino también cultural y filosófica, en la India , escribía Aurobindo prácticamente lo mismo,
señalándonos que es precisamente en el ser humano donde la clave de la evolución, se hace plenamente
patente a través del espíritu que en él se va haciendo “conscientemente autocreativo”, dicho con sus propias palabras: “¿Y
no será, por tanto, la
Naturaleza solamente la fuerza de autoexpresión , de
autoformación, de autocreación, de un secreto espíritu, y el hombre,
por limitado que esté por su capacidad actual, el primer ser de la Naturaleza en el que ese
poder comienza a ser conscientemente autocreativo al frente de la acción,
en esa estructura exterior del ser físico, situado allí para configurar y hacer
surgir en virtud de una creciente evolución autoconsciente todo cuanto pueda de
su contenido humano o de su potencialidad divina? Esta es la clara conclusión a
la que finalmente debemos llegar si admitimos como clave del movimiento total,
como realidad de toda esta creación
ascendente, una evolución espiritual”(Aurobindo, “Renacimiento y Karma”, edit. Plaza y Janés, pag. 81;
los subrayados son nuestros).
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