sábado, 21 de enero de 2017

LA EVOLUCIÓN UNIVERSAL DE LA CONCIENCIA

No existe nada, vibración cuántica, onda o partícula, átomo, molécula, estrella, galaxia o universo que esté cerrado sobre sí mismo y cuyo existir no nos remita de un modo u otro más allá de su contorno específico, abrazándose a una realidad más extensa para abrirse progresivamente más allá del tiempo y del espacio. Todo está engarzado, intercomunicado, sin separaciones radicales, todo se encuentra unido, y desde esa unidad básica y esencial que la da el hecho de ser sustancialmente Consciencia-espíritu se evoluciona, no por azar sino siguiendo una dirección, la dirección de ir de menos a mayor consciencia de sí.

Esa manera de crecer en la que el ser de las cosas va subiendo peldaños evolutivos, progresando en consciencia y en autoconsciencia viene dirigido como diría Ken Wilber por un “impulso de autotrascendencia”  que hace que todo tienda a moverse y a evolucionar, a ir más allá de donde se encuentra “en la dirección de una complejidad creciente, de una diferenciación/integración creciente, de una organización/estructuración, de una autonomía relativa creciente, de un telos creciente” (Wilber, “Más allá de las cosas”, pag. 67, Kairós)

Los sabios para Wilber constituyen la avanzadilla de ese impulso autotrascendente, los cuales encarnan el impulso esencial del Kosmos. Ellos son los que van tirando del carro de la evolución hacia una mayor profundidad y expansión de la consciencia. Pero no sólo eso, sino que es muy probable también que esa misma tendencia evolutiva apunte hacia seres supramentales que desde nuestra misma raza la trasciendan, abriendo así un nuevo escalón ascendente tal y como Aurobindo afirma.  Y  todo esto dentro de un proceso en el que una voluntad muy profunda y grande de vivir y de ser en la existencia se va plasmando teniendo como referente esencial al ser humano que de algún modo aglutina en sí toda la evolución y su futuro.

Lo dice perfectamente Teilhard de Chardin en su libro “El fenómeno humano”: “El ser humano no es de ninguna manera un elemento perdido en las soledades cósmicas, sino que existe una voluntad de vivir universal que converge y se hominiza en él. El hombre, pues, no como centro estático del mundo –como se ha creído durante mucho tiempo- sino como eje y flecha de la evolución, lo que es mucho más bello….emergió de un tanteo general de la Tierra. Nació, en línea directa, de un esfuerzo total de la vida. He aquí la dignidad supraeminente y el valor axial de nuestra especie” (Teilhard de Chardin, “El fenómeno humano”, Edit. Taurus, pag. 49 y 229).

 Curiosamente de manera casi simultánea al trabajo de Teilhard, allá en su ashram de Pondicherri, en otra latitud no sólo física sino también cultural y filosófica, en la India, escribía Aurobindo prácticamente lo mismo, señalándonos que es precisamente en el ser humano donde la clave de la evolución, se hace plenamente patente a través del espíritu que en él se va haciendo “conscientemente autocreativo”, dicho con sus propias palabras: “¿Y no será, por tanto, la Naturaleza solamente la fuerza de autoexpresión , de autoformación, de autocreación, de un secreto espíritu, y el hombre, por limitado que esté por su capacidad actual, el primer ser de la Naturaleza en el que ese poder comienza a ser conscientemente autocreativo al frente de la acción, en esa estructura exterior del ser físico, situado allí para configurar y hacer surgir en virtud de una creciente evolución autoconsciente todo cuanto pueda de su contenido humano o de su potencialidad divina? Esta es la clara conclusión a la que finalmente debemos llegar si admitimos como clave del movimiento total, como realidad de toda esta creación  ascendente, una evolución espiritual(Aurobindo, “Renacimiento y Karma”, edit. Plaza y Janés, pag. 81; los subrayados son nuestros).


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