La
sensación de que las cosas están cambiando y de que ya nada o casi nada es lo
que era es muy fuerte y está muy presente entre la gente. Y esto, que se ve muy
claro a nivel del clima, por ejemplo, no es menos evidente e intenso en todos
los ámbitos del mundo en el que nos movemos, económico, tecnológico, social , político…, y,
lo más decisivo, porque es lo fundamental: a nivel interno. Las causas en lo
que respecta al cambio climático seguramente van más allá incluso del impacto
que el dióxido de carbono ejerce sobre la atmósfera terrestre o de los famosos
ciclos por los que la Tierra atraviesa, ya que seguramente la influencia de los
movimientos que se dan en el sol sean la explicación definitiva de algo que está
repercutiendo y repercutirá sustancialmente en la adaptación al planeta Tierra.
No vamos a entrar en los muchos cambios que se están dando también como efecto
de la llamada globalización, ni siquiera en lo que algunos llamaron el fin de
las ideologías o de los sistemas clásicos como son el capitalismo o el
comunismo tan sujetos a revisión si no a cambios profundos. Vamos a ir a algo
que a nuestro entender es aún más radical y transformador, más trascendente incluso.
Nos
estamos refiriendo al fin de toda una era que ha estado conducida por una visión
de la trascendencia ligada a modelos dualistas que situaban al ser humano
frente a un Dios externo a nosotros y a una idea sobre lo que somos que también
consciente o inconscientemente giraba alrededor de esa concepción. Hasta las distintas
formas de ateísmo se alimentaban de tal cosmovisión aunque sólo fuera para
situarse a la contra. Pero hoy todo el mundo nutrido por las antiguas
religiones que servían de elemento aglutinador y de cohesión entre las gentes a
las cuales les daba cierta identidad sobre su origen y destino ha hecho agua en
su línea de flotación. Las bases del teísmo, de las religiones y de la percepción
acerca de lo que somos se han diluido aceleradamente. Las viejas creencias se
han resquebrajado y la nueva cosmovisión, o sea, el nuevo paradigma aún no ha enraizado.
Hay, pues, una crisis muy profunda de identidad como seres humanos cuya
resolución está aún por venir, a pesar de que ya son muchos los indicios que
apuntan al nacimiento de una nueva era y en cómo no un hombre nuevo con una
conciencia igualmente nueva.
Diremos
algunos signos que señalan la dirección de este cambio de conciencia:
1º.-
Si el ser humano, sobre todo desde el momento en que pisamos la luna, desarrolló
la conciencia planetaria, ahora, además, está viendo nacer en él un nueva conciencia,
pero esta interplanetaria, alentada
no sólo por la posibilidad cada vez más
asumida por todos de que no somos los únicos habitantes del Cósmos, sino también
de que somos visitados por seres de otros mundo, si es que no están ya viviendo
y colaborando entre nosotros. Nos sentimos y nos sentiremos cada vez más unidos
a los seres de otros mundos y galaxias.
2º.-
Las experiencias cercanas a la muerte,
su investigación y seguimiento con los testimonios aportados por cientos de
miles de personas que han pasado por ellas han trastocado el eje medular de
posiblemente la mayor incógnita y fuente de temores en el ser humano: la muerte,
que junto con la información aportada desde esa nueva óptica sobre el más allá,
Dios y lo que somos ha cambiado nuestro estado conciencial e incluso la
importancia de los enfoques de la mayoría de las religiones. No hay duda de que
cuando se cambia la visión de la muerte se cambia toda la visión de la
realidad. Y esto es lo que está pasando, nos demos cuenta o no.
3º.-
Tanto las experiencias cercanas a la muerte como las experiencias meditativas,
los estados expandidos de conciencia, así como las experiencias extracorpóreas,
la transcomunicación instrumental y otras formas de experimentar lo que es la conciencia de forma independiente y autónoma
respecto al cuerpo nos ha aportado una nueva visión sobre nuestro ser y la
conciencia que arrambla todos los viejos postulados del materialismo que
afirmaba que la conciencia es un producto del cerebro y que con él se extingue.
Y esto evidentemente nos da una perspectiva radicalmente nueva sobre nosotros,
la realidad y nuestras posibilidades que dejan atrás los antiguos paradigmas
dualistas y materialistas.
4º-
Todo lo anterior ha contribuido de forma decisiva a que también la idea de una
Dios allá fuera, separado y diferente de nosotros se derrumbara
definitivamente. La experiencia de que
Dios y yo somos lo mismo en el sentido de que yo soy un modo del ser de Dios es algo que
ya está generalizado entre muchísima gente que ha podido acceder de algún modo
a la experiencia mística y unitaria de Dios-Realidad a la que los estados
expandidos de conciencia nos ha llevado. Resulta evidente que una nueva visión
y concepción de Dios cambia en profundidad también la idea sobre nosotros
mismos, sobre la realidad y sobre todos los viejos paradigmas religiosos.
5º.
La idea de ser no cuerpos sino almas
viviendo cada una su propia experiencia, creciendo a través de ella y en
evolución también ha prendido en el corazón de nuestras conciencias. Las ideas
que interpretaban el mundo y a las personas como producto o resultado de
factores materialistas o económicos también se ha ido por tierra. No somos el
producto de la Historia aunque nos sirvamos de ella y en ella nos manifestemos.
Así que, ya nada puede ser como antes, ni nuestras dependencias, victimismos o
servilismos se pueden justificar. Un ser humano más autónomo, responsable y
libre, con más poder y decisión de ser está naciendo.
6º.-
También la idea de la reencarnación
se está abriendo paso de forma acelerada. Por poco que miremos lo que es la lógica
de la vida y del alma que somos comprenderemos su valor. En realidad, somos espíritus
viviendo una inmensa aventura que apenas hemos alcanzado a vislumbrar y de la
que somos aún testigos despertando a su propia maravilla, la de ser seres
sagrados viajando y creando por el infinito espacio de la realidad divina. Este
es nuestro destino y nuestro plan. Y este es el cambio radical y precioso al
que estamos asistiendo.
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