Ya no es aceptable responsabilizar a un ente
exterior, llamémosle Dios o fatalidad
Del problema del mal en el mundo. No es posible
cuando estamos recuperando
Nuestra conciencia de dioses, nuestra conciencia
creadora, responsable y adulta.
Así que, la pregunta pertinente que deberemos de
responder es la de:
¿Por qué hemos decidido crear y vivir un mundo de
dolor y de sufrimiento
De privación y carencias, de ignorancia y de muerte.
¿Por qué, si nadie nos obligó,
Ni nos condenó, ni somos culpables de ningún mal
metafísico o “pecado original”?
Pero, ¿en qué clase de juego intrincado estamos
metidos? Y ¿qué ganamos con él?
De momento, lo que vemos es que todo se basa en una
inmensa mentira
En la que nada de cuanto se ve es real, sino máscara,
apariencia y relativo,
Eso sí, con dosis impresionantes y bárbaras de hiperrrealismo.
¡Todo parece verdad!
¡Pero, si al morir vemos como soltamos el “traje”,
luego la máscara y todo el personaje!
¡Qué película!, macabra desde luego si después no viésemos
con claridad
Que sólo habíamos tomado determinados papeles para
la representación de la obra.
¿Todo una representación, todo una obra?
evidentemente que sí. ¿Un juego? Pues claro.
Muy ordenado todo, muy evolutivo todo, pero juego,
se mire por donde se mire.
¿Y el santo, y el malvado, y el canalla, y la víctima,
y el verdugo, y el bueno, y el malo?
Mentira todo, papeles y representaciones en las que
uno necesariamente necesita al otro,
Si no, la obra no sería posible. Todos hacen o
hacemos falta en este inmenso Teatro.
Y al final de la misma, como en los mejores espectáculos,
nos despedimos del público,
Nos retiramos y soltamos el personaje, para
reconocernos unos a otros en lo que somos,
En lo que nunca dejamos de ser: almas, seres
inmortales encarnando papeles,
Y eso ¿por qué? Puro juego, por diversión, sólo eso.
Porque Dios en ti como tú es así.
Qué triste pensar que así es Dios.
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