miércoles, 11 de enero de 2017

JESUS DE NAZARET (II). (El Cristo, el despierto)

Alguien puede encontrarse ante el ser más evolucionado, sabio y santo del mundo
Y no verlo, independientemente de la interpretación que haga de su vida y obras.
Las valoraciones humanas de Jesús, en el sentido que sea, reflejan nuestra humanidad.
Políticos, filántropos, revolucionarios, activistas, religiosos, agnósticos, ateos
Y todo tipo de gente ha hecho su particular valoración de Jesús,
Aquella que les aporta mayor respaldo a sus valores, necesidades e intencionalidad.

Pero lo que él es y representa es de otro orden y nivel: el que eleva a la humanidad.
El valor de Jesús que más nos transforma es el de haberse convertido en Cristo
Y en haber dicho, además, que su camino puede ser, si lo deseamos, también el nuestro.
Jesús, un ser humano como nosotros, que se transformó en Dios en él, esto es ser Cristo.
Su principal ejemplo: haber realizado la unidad de conciencia con Dios,
O sea: despertar a su realidad de Hijo de Dios, no exclusivo sino posible y real para todos.

El Amor del que hablaba y su identificación con todos (“lo que hagáis a otro
A mí me lo hacéis) es consecuencia de haber despertado al Dios Uno en él.
Y el Dios Uno en todos es la fuente real de hermandad, de la unidad de todos en Dios,
Lo cual hace posible la expresión de que “más allá de mí mismo también soy yo”.
Pero esto molesta y escandaliza, pues toca el orgullo más separador y exclusivo del ego.
Jesús no sólo reconoció en él la unidad con el Padre (con la Fuente original)
Que lo convertía también a él en Fuente, sino que dijo que eso es la realidad de todos.
Pero los egos se inquietan con esto, y prefieren vivir con sus cuitas y migajas.

La resonancia de nuestro ser con el ser de Cristo, que es la realidad despierta de Jesús

Abre el camino del despertar y nos acerca al reconocimiento de nuestro ser crístico.

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