El materialismo, que
siempre basó el valor de sus apreciaciones en el testimonio ofrecido por los
cinco sentidos como garantía de verdad y de realidad, cada vez más y como
resultado de los avances de la nueva ciencia (Einstein, Planck, Schrödinger,
Laszlo, Pribram, Sheldrake, Bohm, Gostwami, etc…) y de los muchos testimonios
que tienen que ver con la expansión de conciencia (experiencias cercanas a la
muerte, telepatía, desdoblamiento astral, percepción extrasensorial, etc.)
empieza a resultar una especie de ejército derrotado y en retirada. Su solidez
hace agua por muchas partes.
Porque
el fundamento de la materia es menos material de lo que se creía y todo sugiere
para los científicos abiertos la existencia de un nivel “previo” en el que ya
no encaja la idea de materia. Nosotros a eso le llamamos Espíritu, que es el
verdadero motor, fundamento, origen, causa y sentido de todo.
Lo
que les da consistencia y continuidad a los cuerpos es su “alma”, que es esa
instancia “anterior”, espiritual o cuántica si se le quiere llamar así, que les
da vida, configura o anima. El alma de las cosas es su verdadera realidad, de
la que la otra, la captada por los sentidos físicos, la material es su
contraparte externa, algo así como su doble, la réplica condensada que le
permite funcionar, ser localizada y cumplir en el mundo físico y tridimensional
el papel para el que fue concebida y creada. La verdadera alma de las cosas es,
pues, la consciencia, el pensamiento, la voluntad y el deseo que habiéndolas
creado las mantiene existiendo. Todo tiene un alma y esa alma transpira, nos
llega, resuena con nosotros que somos, a la vez también almas. El alma del
Cosmos es Dios, igual que nuestro cuerpo tiene su alma que es la conciencia
individual que nos constituye.
El
universo tiene un alma, las estrellas tienen un alma, la estructura de los
minerales tienen un alma, las moléculas de agua también la tienen, y así le
ocurre a todo cuanto existe. Aparentemente las cosas parecen constituidas por
“materia muerta”, pero no es así, la materia muerta como tal no existe, todo es
vida, y sólo una ilusión errónea, que nos impide captar el fondo de la
realidad, nos hace pensar de esa manera. El agua está viva y reacciona ante
nuestros pensamientos, un copo de nieve también, y lo mismo le pasa a una
planta.
Todo
es un hervidero de vida y conciencia organizadas de infinitas maneras, vida más
o menos consciente, más o menos despierta, más o menos patente, aunque existan
ciertas cosas, -las que consideramos más materiales-, una roca por ejemplo o un
trozo de madera, de las que nos resulta aún difícil percibirlo y creerlo, pero
tienen su alma que es la que les da aliento para ser lo que son. Para los
místicos esto siempre fue evidente, aunque de hecho, también existen experimentos
muy notables que demuestran o sugieren que esto es así, como es el caso de los
siguientes dos ejemplos que en el apartado siguiente presentamos.
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