Alguien habla con nosotros, su rostro curtido por el
paso del tiempo
Delata las luchas que ha tenido que sostener a lo
largo de los años, en muchos frentes.
Está cansado, tiene abundantes arrugas y es muy
mayor. Habla poco, sólo lo necesario.
Y detrás de su mirada se esconde una mezcla de
nostalgia, tristeza y calmada esperanza,
Esta última hace que nos trasmita una entrañable y afectuosa
sonrisa.
El cuerpo, más bien diminuto, se mueve lentamente,
se para de cuando en cuando,
Y su vitalidad ahora contrasta con la de unos jóvenes
que se cruzan a nuestro paso.
Sus ojos y los míos se encuentran mientras una ola
de misterio nos cobija.
Ya no veo al anciano fatigoso, ni al cuerpo débil que
ha de conquistar cada movimiento,
En su lugar se me aparece todo un cuerpo de luz
dorada, más vivo que la vida misma,
Allí está él, ante mí, en su esplendor radiante, en
toda su presencia,
Con la sonrisa más expansiva, brillante y pletórica que
jamás había visto.
Su alma y la mía están ahora la una frente a la otra
compartiendo el gozo del instante.
Y ambos, con una decisión no expresada aunque
compartida, iniciamos un movimiento
Hacia el reino de las infinitas posibilidades, sin
esfuerzo alguno,
Sabiendo que todo está en nosotros y todo lo somos.
No sería posible describirlo.
De nuevo, nuestras miradas se vuelven a entrecruzar
y nos sonreímos,
Ya no lo vuelvo a ver igual, ahora sólo percibo el
halo dorado que lo envuelve
Mientras, siento cómo mi alma se llena de regocijo. Mi
antiguo ver se ha transformado,
Y lo que pensaba que era la realidad se ha deshecho
en mis manos como un azucarillo.
El anciano se ha levantado de la silla y se ha
puesto andar, yo lo sigo muy atento,
En cada paso se le ve más nítido, gira la mirada hacia
mí y afectuosamente me despide,
Hasta que poco a poco lo veo fundirse allá a lo lejos en la inmensa
luz que lo arropa.
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